29.12.08

Dos mil ocho

Era un caluroso día de verano en uno de los hemisferios. Las noticias decían que el petróleo no paraba de subir. La gente comenta los desastres de un volcán en un país del sur. Hacía rato que se venían masticando las consecuencias de la guerra de Irak en los países involucrados. Se avecinaba una inminente crisis energética y alimentaría. No era un muy buen comienzo de año que digamos. Era un enero que deseaba que febrero se llevara su responsabilidad. Mientras yo miraba atentamente la televisión en donde se mostraban algunas protestas y se promovía el gran cambio que nos revolucionaría a todos… el apagón analógico y la llegada de la televisión digital. Febrero pasó sin penas ni glorias. Marzo fue el terror, como todos los años, de los bolsillos de la gente por las compras escolares. En aquel hemisferio comenzaban las clases. En el otro hemisferio el frío no se hizo notar como años anteriores (algunos le echaban la culpa al calentamiento global). Abril ya hablaba de cambios en la economía, mientras que mayo, despreocupado y cruel, hacía estallar otro volcán en el mismo país del sur, pero esta vez dejando en estado de emergencia una región entera, aunque fue mas importante el exabrupto de un jefe de estado en la cumbre de ambos continentes. Junio dejó en claro que el agua era el tema importante. Era casi mal mirado hablar de otra cosa que no fuera su buen aprovechamiento. Aunque a nivel continental y en un ambiente político el tema verdaderamente conflictivo fue la inmigración, y una directiva de retorno de título famoso y contenido escondido. Julio, agosto y septiembre fueron testigos silenciosos del sufrimiento de los habitantes de Osetia del Sur, aunque los juegos olímpicos fueron mucho más ovacionados. Octubre puso la nota romántica y nos premió con la visita de un meteoroide, haciéndonos creer que éramos parte de una película espacial. Los medios de comunicación estaban nerviosos por la crisis mundial y lo trasmitían como es debido a la población, frenéticamente. Noviembre y diciembre no aportaron mucho que digamos. A mi juicio, no se puede esperar mucho más de un año par, y menos mal. ¡Feliz año nuevo!



Jean Machuca


VotarVotos participante1 año en 1 postVotarVer otros participantes

15.12.08

Hoy en la mañana

Hoy en la mañana
un copo de nieve me saludaba
un anciano sonreía
un pájaro cantaba
Hoy en la mañana
una gota de lluvia caída
yacía en la punta de mi zapato
un resbalón hizo que me mareara
Hoy en la mañana
el aire que respiraba era limpio
y mis ganas de vivir
eran mas intensas que ayer



Jean Machuca

13.12.08

Nada mas que decir

Si no te escribo nada
es porque ya no hay
nada mas que decir
Si no te llamo nunca
es porque ya no hay
nada mas que hablar
Si tú ya no me escuchas
es porque ya no hay
nada mas que oír
Si ya no te visito
es porque ya no hay
nada mas que ver
Tú en tu camino
yo en el mío
Tú en la eternidad
y yo aún con los mortales



Jean Machuca

El mundo perfecto

Sin llantos ni penas,
sin metas que cumplir
Sin pesadillas,
sin sufrir
Sin ruido, sin lamentos
Sin personas además de mi
Es mi mundo perfecto
Sin versos complicados
sin problemas
Sin desechos humanos
sin perros ladrando
sin infecciones rondando
Sin presiones, sin estudio
sin trabajo, sin necesidades
sin ataduras, sin responsabilidades
sin cobijas, sin amuletos
sin mentiras para no sufrir
Es mi mundo perfecto
Sin amores desilusionados,
sin frustración por la pérdida
sin fracasos cotidianos,
sin personas que me aman,
sin enemigos que me odian,
sin reverso ni final,
sin ir antes que venir,
Sin vida antes de morir
Es mi mundo perfecto



Jean Machuca

12.12.08

Apendicitis

Era una noche de aquellas... Mucho frío en la calle, la gente estaba loca por salir a celebrar yo no se qué. Yo era cualquiera de esos, uno mas del grupo que avanzaba y retrocedía hacia donde estuviera el calor de la fiesta. Algunos se mofaban, otros bailaban, otros se pasaban el rato pensando cual iba a ser el siguiente bar donde iríamos. A mi no me preocupaba el hecho de que la batería de mi teléfono se había acabado. Hacía más frío que antes. El alcohol obviamente lo mitigaba un poco. Un extraño dolor de estómago yacía silente. La fiesta continuaba y todos estábamos alegres. Avanzaba la hora y yo estaba muy quieto. Se asombran los que me acompañaban y me dan un porro para despabilarme. Yo no acostumbro fumar, pero lo que me habían dado calmó las molestias estomacales y pude continuar la fiesta como un roble. Normalmente yo no tengo resaca pero en el último tiempo ya había tenido unas cuantas y esta se veía venir. Al otro día, lo impensable... la resaca continuaba y no se quitaba con nada. Increíblemente lo único que quedaba era el extraño dolor de estómago que ahora no era nada silente, sino que, cada vez que punzaba hacía que mi abdomen de inflara y desinflara como un globo. "No era para tanto, si no me maltraté tanto el estómago para este dolor" -pensaba. Aguanté porque normalmente estos dolores pasan solos y yo soy de hierro. De a poco el dolor fue creciendo y me fui ablandando y tomé medicamentos para el dolor de estomago cotidiano, que no sirvieron. Esto me llevó a pensar que si el tratamiento cotidiano no sirve es porque el dolor no es cotidiano, pero a esas alturas no era capaz de recorrer el camino desde donde estaba hacia el médico, o hacia la farmacia, o hacia ninguna parte; Los dos grados bajo cero y la lluvia me lo impedían. Sin teléfono, la única posibilidad que tenía era que alguien de mi familia se conectara a Internet y pudiera pedirle que me viniese a buscar. Ese alguien fue mi padre, quien, al igual que el médico al que me llevó, temió por mi vida y me envió al hospital de un empujón.
En el largo camino de una hora en automóvil el dolor ya me había ablandado lo suficiente para hacerme llorar como un niño. Nunca en la vida me había dolido tanto algo. El viaje eran fotos de lluvia y camino, las curvas eran de trescientos sesenta grados para mi. Llegando al hospital una persona de bata me toma y me pone en una silla de ruedas, me lleva dentro, donde habían más personas de bata. Comienzan a hacerme preguntas, todo el mundo sabía mi nombre. El dolor ya me había atontado lo suficiente como para equivocarme y aparentemente ellos lo sabían, por eso hacían las mismas preguntas una y otra vez... ¿donde te duele?, ¿es constante?, ¿tienes o has tenido nauseas?, ¿has comido?,...
El dolor seguía y era constante, y creciente, ya se había apoderado y no quería perder el control. De pronto mis extremidades comenzaron a dormirse y el resto de mi cuerpo comenzó a pesar mucho, la angustia desaparecía pero el dolor seguía. Vino una enfermera y me puso algo en el brazo. Ningún dolor era más grande que el que ya tenía, por lo que fue fácil manipularme y ponerme el suero (de paso está bien decir que odio los hospitales y las agujas). Me mantuvieron así unas horas y luego un calmante a la vena calmó un poco mis quejas. Le dijeron a mis padres que me iba a quedar internado hasta saber lo que era el dolor. Pero yo sí sabía lo que era el dolor, era espantoso. En la noche uno que dijo que era cirujano, me toca el abdomen y luego dice que no había ninguna emergencia pero había que hacer más pruebas. Esa noche se apagaron varias veces las luces, dormía y despertaba en una prueba nueva. Ente medio algunos duendes y pajaritos que danzaban en el techo. No alcanzaba a memorizar la cara de la enfermera que me llevaba en la silla, cuando la otra me pide que me tumbe en una camilla. Entonces me di cuenta de una cosa: lo que tenía dentro del estómago y me provocaba el dolor solamente lo podía ver una máquina.
Por fin lo confirmaron. El apéndice estaba escondido y no se veía la inflamación, pero el scanner lo detectó, así que vas al quirófano -dijo el cirujano. Al entrar, unas enfermeras con pinta de hadas que me salvarían, me hablan animadamente de lo lindo que es viajar. Luego alguien me apretaba el cuello, yo tocia y trataba de tocarme el abdomen, en donde había algo nuevo: un parche de gaza que cubría una herida de seis puntos metálicos bien fijos. Me llevaban rápido mientras yo gritaba de impresión y dolor, me pusieron una mascara que me daba oxígeno y me relajé un poco. El dolor era insoportable nuevamente, pero era otro dolor, mucho mas enfocado y leve que el anterior. Ya no tenía apéndice y se suponía que me sentiría mejor en unos días, y luego me iría a casa a pasar el periodo de recuperación. Afuera la nieve cubría un hermoso paisaje, que hace valer la pena intentar vivir para verlo. En casa estaba mas o menos bien, cojeando lo normal. Al quinto día mas o menos un poco de fiebre -que me dijeron que era normal- me atacó en la noche. ¿Dije un poco de fiebre?, no señor... treinta y ocho y no bajaba y el octavo día treinta y nueve. El noveno día no tuve fiebre por alguna extraña razón, pero al tocarme levemente la herida para acomodarme noté que salía un líquido extraño de una de las cavidades entre los puntos. De vuelta al hospital, el cansancio por el dolor y la fiebre soportados ya se hacía notar. Me metieron en una camilla, me pusieron suero y a esperar. De repente, apareció un tipo con pinta de malo, muy sereno y jugando con un mosquito en la mano. En la piocha llevaba escrito cirujano. Se puso a apretar la herida hasta que salió más líquido y luego dijo, "mmm eso es..." y trajo a la enfermera y la caja de utensilios y se puso a sacar puntos, cada uno era como un pinchazo. En seguida dejé de mirar lo que hacía. Sentí que metía algo en la herida abierta y la mecía un extremo de la herida al otro, como abriéndola más. Luego me preguntaba que sentía, y me metía mas cosas. Obviamente lo que yo sentía era mucho dolor. Pero él quería saber otra cosa, y me seguía preguntando, mientras yo sentía un líquido caluroso y ardiente, luego otro más ardiente, luego otro frío, luego otro más frío. Luego lo peor, un tubo metido dentro y acomodado para el drenaje, y luego terminó. Vamos a ponerle un calmante -dijo. A casa nuevamente y con la inquietud y el susto, bajas de presión repentinas sin causa explicable -aparentemente reacciones normales o por el mero susto-. Una noche vi una selva sombría con caballeros andantes que me indicaban el camino a seguir. El agotamiento era evidente porque ya no podía caminar sin marearme así que volví al hospital tumbado en la ambulancia. Para quitarme el susto me hicieron pruebas que demostraron que no había líquido suelto en el interior, por lo que la infección era solo en la pared del abdomen. Me hicieron una nueva curación, me cerraron con un punto de hilo -puesto sin anestesia- lo que quedaba abierto, y dejaron solo espacio para el tubo de drenaje. Hoy, por fin no hay dolor, solo la precaución de no empeorar de nuevo la recuperación y en un par de semanas poder retomar la vida que dejé hace trece días.



Jean Machuca